A esta hora, ni el Pentágono ni el Comando Sur de Estados Unidos han revelado información concreta sobre el supuesto despliegue militar norteamericano en el Caribe, proyectado hacia Venezuela. Esta ausencia de datos oficiales resulta reveladora.
La lógica institucional indica que, si se tratara de una operación de alto perfil enmarcada en un gran objetivo de Estado —como la “lucha contra el narcotráfico” en la región—, el Secretario de Defensa Pete Hegseth debería estar ofreciendo detalles a la prensa o informando sobre el despliegue a través de las cuentas oficiales del Pentágono. Sin embargo, el silencio es ensordecedor.
La arquitectura de una operación psicológica
Todo apunta a una psyop galvanizada por Reuters y apalancada por Marco Rubio, con un doble objetivo de presión. Por un lado, busca forzar a Trump a hablar de Venezuela exclusivamente en términos de fuerza. Por otro, pretende que el extremismo aproveche el momentum para desestabilizar el país, similar a los ensayos armados que han sido desmantelados en el pasado.
El discurso de los funcionarios estadounidenses debe analizarse con pinzas para descifrar correctamente este momento político. La secuencia de declaraciones de Marco Rubio (Secretario de Estado), Christopher Landau (Subsecretario de Estado), Pam Bondi (Fiscal General) y Karoline Leavitt (Secretaria de Prensa de la Casa Blanca) refleja los límites políticos y narrativos de plantear abiertamente una intervención militar contra Venezuela.
Ninguno de estos funcionarios quiere infringir las líneas rojas de “no más guerras en el extranjero”, catecismo MAGA sobre el que se asienta la popularidad de Trump entre sus votantes. Existe, además, una cuestión de timing: Trump se encuentra en modo “pacificador” respecto a Ucrania, aclarando que no enviará tropas a ese país, lo que cierra teóricamente cualquier apertura hacia planteamientos de actividad agresiva en el extranjero.
Llamar abiertamente a una guerra o invasión le podría costar el cargo a cualquier funcionario. En este contexto, las operaciones psicológicas derivadas del aumento de la recompensa contra Maduro configuran un escenario de operaciones no cinéticas e híbridas, que comprenderían una amplia gama de recursos: desde ciberataques y sabotajes a infraestructuras hasta focos de violencia armada. Una guerra sucia con fines de desgaste, incluso reeditando un “Gedeón formato 2025“.
El condicionamiento del Congreso
Más allá de estos elementos, se observa una intención manifiesta de condicionar globalmente la relación Washington-Caracas en beneficio de los halcones republicanos. El Congreso se encuentra de vacaciones y retornará a sus funciones a principios de septiembre, momento en que la recompensa y la narrativa pro-intervención podrían servir de impulso para materializar paquetes de leyes draconianas —ya preelaboradas— dirigidas a blindar las sanciones (incluso de los cambios que quiera hacer la Casa Blanca) y cerrar cualquier posibilidad de negociación entre Trump y Maduro.
La estrategia busca romper irreversiblemente el puente que construyó Grenell, con el agregado de que salvaría momentáneamente a Rubio de las críticas provenientes de Florida por “no estar haciendo nada para tumbar a Maduro” y por estar “dejando a MCM en el olvido”. Rubio está obligado a proteger su cuna política, plataforma esencial para su eventual aventura presidencial en 2028.
Sin estos elementos de análisis, corremos el riesgo de ser víctimas del miedo colectivo que, de manera fabricada, pretenden instaurar. La comprensión de estas dinámicas resulta fundamental para no caer en la trampa de una narrativa diseñada más para la presión política interna que para reflejar una realidad militar concreta.
El silencio del Pentágono forma parte de una estrategia donde la ambigüedad sirve mejor a los objetivos políticos que la claridad operativa. En este juego de sombras, la psyop sustituye a la operación real, al menos por ahora.