Por S.
Rodríguez G, Resumen Latinoamericano, 15 de septiembre de
2018.-
Un diputado chileno de origen croata, pero cuyo apellido en
inglés es el nombre de un ácido que se usa como antiséptico hizo una
declaración que pone de relieve su amargo carácter reflejo de su acidez, aunque
su punto de vista no alude a la condición antiséptica que le permitiría evitar
la infección; al contrario, extendiendo la putrefacción que le caracteriza
cuando a temas internacionales se refiere y haciendo gala de la ignorancia que
pasea con aires de grandeza, el tal parlamentario puso sobre el tapete la
discusión la universalidad de los derechos humanos.
De verdad es un tema interesante y complejo, porque en si mismo
niega el carácter multicultural, multiétnico y diverso de la humanidad. Vale
preguntarse si es posible lograr la universalidad de algo, por una forma
distinta a la imposición y sin que medie la utilización de la fuerza por los
más poderosos. En años recientes, el poderío militar, financiero y cultural
avasallante del que hacen gala los omnipotentes señoríos del planeta han
pretendido por vía mediática (con bastante éxito), universalizar hábitos
alimenticios, uso de vestuarios, costumbres y comportamientos. Así el Big Mac
se ha convertido en comida universal, así como la coca cola en bebida consumida
en todas las latitudes y longitudes del planeta, los “blue jeans” y las
“chemises” en la ropa de “todos” y la celebración de Halloween en algo
ineludible para las clases medias de buena parte de la tierra. Ha sido tal el
impacto que han causado estas prácticas que el lema central del XVIII Congreso
del Partido Comunista de China celebrado en octubre de 2012 fue “Hacia la
seguridad cultural”, lo cual conllevó un esfuerzo superior del país a fin de
salvaguardar sus costumbres, su cultura y sus hábitos de vida. Por cierto,
China lo puede hacer por la fortaleza de su civilización milenaria y porque
puede oponer su poder económico al poder económico universalizador.
Algo parecido se quiere hacer con los derechos humanos, lo cual
abre una discusión sobre el término mismo al que se refiere. El vocablo humano
procede del latín y significa “hombre que proviene de la tierra”, además, al
aceptar que se trata de algo vivo es que se utiliza el concepto de “ser
humano”. Nuestra especie es la de los “homo sapiens”, es decir “hombres
sabios”, por tanto que puede razonar, pensar comunicarse, tanto de forma oral
como escrita, todo lo cual se conoce como posesión de la sabiduría que es
característica para hacer diferente de cualquier otro animal, a nuestra
especie. Ahora bien, la sabiduría tiene relación directa con el conocimiento,
la inteligencia y la experiencia que nos permiten reflexionar y sacar
conclusiones respecto de lo que es correcto o incorrecto hacer de acuerdo a las
normas aceptadas por la sociedad en que vivimos. Par ello existe la justicia,
para establecer normas de obligatorio cumplimiento en esa sociedad, aquí surge
la pregunta de si pueden existir normas universales, sobre todo cuando ellas
suelen relacionarse con criterios de moralidad que son propios de cada país y
nación.
Cuando –por ejemplo- un delincuente entra a robar a una casa y
encuentra a una ancianita de 90 años que lo ve, razón suficiente para que el
malhechor decida asesinarla; o cuando un degenerado viola a un niño o a una
niña de escasa edad; o en las múltiples ocasiones en que agentes del Estado
torturan, produciendo conscientemente dolor y sufrimiento a una persona que
posee una información que el agente desea saber, pero que la ley no obliga a la
víctima a entregar, me pregunto, en atención a nuestra condición de hombres que
piensan y que razonan, si estos individuos pueden ser considerados seres
humanos y por tanto estar sujetos a la garantía que la universalidad del
principio les provee. Aún no tengo respuesta, sigo indagando sobre el tema que
me preocupa e inquieta cuando veo que en algunas ocasiones, quienes producen
esos delitos son protegidos de forma superlativa por el Estado en comparación
con el resguardo que se les proporciona a las víctimas. Eso en Chile, país del
antiséptico diputado es particularmente patente.
Pero volviendo a la universalidad de la Carta Internacional de
Derechos Humanos de la ONU, hay que regresar al origen de dicho documento. Vale
recordar que la misma fue suscrita el 10 de diciembre de 1948 por 58 países, de
los cuales 48 votaron a favor. Sudáfrica y Arabia Saudita se abstuvieron por
razones obvias, lo mismo hicieron los países del este de Europa, ante la
negativa de la comisión de incorporar en el documento un rechazo explícito al
nazismo y el fascismo.
Revisemos su “universalidad”. África: 4 países de los 54
miembros actuales, de ellos solo dos del África subsahariana; 13 de Asia de los
48 actuales, de los cuales 6 eran del Medio Oriente y 7 del Asia Central y el
Lejano Oriente y únicamente 2 de Oceanía (Australia y Nueva Zelanda) de los 14
actuales. ¡Vaya universalidad en la que buena parte del planeta todavía vivía
bajo la horrible afrenta del colonialismo! Alguien, en su buena fe podría
alegar que el resto de los países se fueron incorporando con posterioridad y es
cierto, pero lo hicieron sobre la base de la aceptación de un documento ya
elaborado y ante el cual no podían emitir opinión alguna, sólo admitirlo.
Pero,
vayamos a la